La puesta en escena, pretendidamente desnuda (una habitación negra dividida en dos espacios y como único mobiliario sillas, fondo musical tangero y de Madame Butterfly como elemento simbólico) nos obliga a prestar atención únicamente a lo que se nos presenta sobre las tablas, a implicarnos emocionalmente en lo que se nos narra: la historia de dos mujeres. Dos voces femeninas: Ruth y Eva. Con toda la carga semántica que implica el origen bíblico de sus nombres.
Ambas, amigas, en un duelo dialéctico constante, asumen y se desdoblan en aquellos que han compartido sus vidas y sus camas, y nos cuentan lo que desean, lo que sueñan y lo que se les niega.
Dos identidades que se desnudan ante nosotros sin pudor, hablándonos de su momento presente. Relaciones "exprés" al ritmo de la vida actual, de consumo rápido, intrascendentes y vacías, o "pretendidamente" estables pero que tampoco llenan. La insatisfacción, el deseo, el morbo y la incomunicación por la que hombres y mujeres en muchas ocasiones no llegan a un entendimiento. Diferentes expectativas. Diferentes opciones vitales.
He de confesar que mientras la veía, en ocasiones, no podía sino sonreír (además de porque la obra tiene grandes momentos llenos de ironía). Pero era una sonrisa ácida, de reconocimiento, de "voy a reírme un poco de mí misma", porque no podía evitar sentirme identificada, no con ninguna de las protagonistas de forma plena, pero sí con determinadas circunstancias. Supongo que como muchas de las que nos encontrábamos allí, cada una con "su escena", y supongo que también ayudó el estar pasando precisamente por uno de "esos momentos"... Y es que podría decir que, casualmente, hace cinco días me rompieron el corazón... sin embargo no sería cierto, no sería exacto. Demasiado "dramático".
Sí lo sentí en el instante en el que todo se derrumbó, cuando sólo quedó la realidad, como un bofetada, la única maldita manera en la que aprendo. O en esos instantes (qué patética...) en los que intentaba salvar algún resto del naufragio (¿salvar el qué?), a pesar de toda la información que estaba recibiendo. También lo sentí durante todo el día siguiente, mezclado con rabia, indignación, impotencia y tristeza...
No, hace cinco días no me rompieron el corazón. Hace cinco días me decepcionaron profundamente. Como a Ruth. Y eso es peor. Tener que "bajar" a alguien del pequeño pedestal de valores en el que lo habías colocado. Y me dan igual los "preavisos" y la sinceridad entendida como un barrera con la que pretender ser excusado de todo. Yo me entiendo y con eso basta.
La obra tiene mucho de esto, de desengaños, de rupturas, de incomunicación... comprendida de distinta forma por cada una de sus protagonistas. (Y volvemos a las tablas). Eva (la primera mujer) con una pareja abierta, viviendo su sexualidad de forma plena y sin tapujos, pero que le lleva inevitablemente a romper con esta relación. Y Ruth (la resignación, la aceptación), que tendrá que aprender a quererse y a aceptarse. A renacer. A ser.
La obra termina, sin embargo, de forma esperanzadora. Eva, apostando por una relación por primera vez (pero -curiosamente- con otra mujer) y Ruth decidiendo sobre su vida y su sexualidad, iniciando también una historia, con un hombre, con el que no comparte nada pero que la escucha y que le hace el amor de la forma en la que siempre quiso.
Como dije al principio disfruté muchísimo ayer y recomiendo el libreto (está publicado). Es un texto sobre mujeres y fundamentalmente para mujeres, pero también para hombres con cierta capacidad de empatía (que los hay y no sólo son gays) y que trata de problemas y situaciones que todos vivimos día a día.
De este hecho, de "el por qué" sólo dos féminas en escena sin réplica real masculina, hablamos a la salida del teatro con el autor, compartiendo unas cañitas.
Fernando fue muy directo. "Porque me interesáis infinitamente más que los hombres. Vuestra complejidad emocional, vuestros deseos, vuestras ganas, cómo os la jugáis por alguien cuando pensáis que vale la pena... vuestra sensibilidad, que os hace en ocasiones tremendamente vulnerables pero maravillosamente fuertes..."
Y mientras él hablaba, no pude evitar acordarme de una frase de Ray Loriga : "Cualquier imbécil puede hacer daño a una mujer, pero sólo un hombre grande puede llevársela para siempre".